viernes, 18 de mayo de 2007

Una bonita mañana de abril, en una estrecha callejuela de una calle del barrio de moda de Harajuku, en Tokio me crucé con la chica 100% perfecta.

A decir verdad, ella no es guapa. No sobresale. Su ropa no es nada especial. Su pelo aún tiene la forma conseguida tras haber dormido. No es joven tampoco, -debe de rondar los 30 -, y ni siquiera es una "chica" hablando propiamente. Aún así lo puedo distinguir desde los 50 metros que nos separan: ella es la chica 100% perfecta para
mí. En el momento en que la vi, algo tembló mi pecho y mi boca estaba seca como un desierto.

Quizá tienes un prototipo preferido de chica –de tobillos delgados, por ejemplo, o grandes ojos, o dedos finos, o por alguna extraña razón te atraen las mujeres que comen lento. Yo tengo mis propias preferencias, por supuesto. Algunas veces, en los restaurantes, me sorprendo a mi mismo mirando a la chica de la mesa próxima a la mía porque me gusta la forma de su nariz. Pero nadie puede asegurar que su chica 100% perfecta corresponde a un tipo preconcebido. Y aunque me suelo fijar en la nariz, no puedo recordar la forma de la suya - incluso de si tenía nariz. Todo lo que yo puedo recordar es que ella no era de una gran belleza. Es raro.

-“Ayer en la calle me crucé con la chica 100% perfecta” -le dije a un conocido.
-“¿De verdad? –contesta- "¿Era guapa?"
-“En realidad, no lo era”
-“¿Tu tipo de mujer, entonces?”
-“No sé, no puedo recordar nada de ella. Ni la forma de sus ojos o la tamaño de sus pechos”.-
-“Que extraño.”
-“Si, que extraño.”
- "Entonces" - dijo él, ya algo aburrido - " ¿Que hiciste? ¿Hablaste con ella? ¿La seguiste?
-“No, solo me crucé con ella en la calle."

Ella estaba andando de este a oeste y yo de oeste a este. Era realmente una bonita mañana de abril. Desearía poder hablarle. Media hora sería bastante, hacerle unas preguntas acerca de ella misma, contarle sobre mi y, -lo que realmente me gustaría hacer- explicarle la complejidad del destino que ha hecho que nos crucemos el uno con el otro en una callejuela de Harajuku una bella mañana de abril de 1981. Lo último seguro que daría lugar a cálidos secretos, como un viejo reloj construido cuando la paz colma el mundo.

Después de hablar habríamos almorzado en algún sitio, quizá hubiéramos visto una película de Woody Allen, hubiéramos parado en un hotel para tomar unas copas. Con un poco de suerte podríamos haber terminado en la cama.

La Potencialidad del momento llama a la puerta de mi corazón. Ahora la distancia entre nosotros se ha estrechado a 30 metros. ¿Cómo puedo presentarme? ¿Qué debería decir?.

-"Buenos días señorita, ¿Cree usted que podría gastar media hora de su tiempo para una pequeña conversación?"

Ridículo. Sonaría como un vendedor de seguros.

-Perdóneme, pero ¿sabe si hay alguna tienda para lavar la ropa horas por aquí?

No, esto es ridículo, yo no llevo ninguna ropa para lavar. ¿Quién se va a creer una frase como esa?

Quizá decir simplemente la verdad funcione. "Buenos días, usted es la chica 100% perfecta para mi."

No, ella no lo creería. O incluso si lo hiciera, ella podría no querer hablarme.” Lo siento”, podría decir. “Yo soy la chica 100% perfecta para ti pero tu no eres el chico 100% perfecto para mi”. Podría pasar. Y si yo me encuentro a mi mismo en la misma situación probablemente me dejaría hecho polvo. Nunca me recobraría del shock. Tengo 32, y eso es lo que pasa al hacerse viejo.

Pasamos delante de una tienda de flores. Una pequeña y caliente porción de aire toca mi piel. El asfalto está húmedo y puedo oler el aroma de las rosas. No logro animarme a hablar con Ella. Lleva una camisa blanca y en su mano derecha sostiene un sobre blanco al que le falta solo un sello. Por lo tanto, ella ha escrito una carta, a alguien. Quizá pasó la noche entera escribiendo, a juzgar por la mirada somnolienta de sus ojos. El sobre podría contener todos sus secretos.

Doy unos pocos pasos más y me vuelvo: se ha perdido entre la multitud.

Ahora, por supuesto, sé perfectamente lo que debería haberle dicho. Habría sido un largo discurso, mucho, demasiado largo para decirlo adecuadamente. Las ideas que se me ocurren nunca son muy prácticas.

Habría empezado “Érase una vez” y habría finalizado “Una triste historia, ¿no crees?”


Érase una vez un chico y una chica. El chico tenía 18 y la chica 16. El no era increíblemente guapo, y ella no era especialmente bella. Solo eran un chico solitario y normal y una chica solitaria y normal, como todos los demás. Pero ellos creían con todo su corazón que en algún sitio del mundo vivía el chico y la chica 100% perfecta para ambos. Si, ellos creían en un milagro. Y el milagro ocurrió.


Un día los dos se cruzaron en la esquina de una calle. “Esto es increíble.” dijo él. "He estado buscándote toda mi vida, puedes no creer esto pero tu eres la chica 100% perfecta para mi.

“Y tu” le dijo ella a él, "eres el chico 100% perfecto para mi, exactamente como yo te había imaginado en cada detalle. Es como un sueño."

Se sentaron en un banco del parque, se cogieron de la mano y se contaron mutuamente sus historias, hora tras hora. Ya no estarían solos nunca más. Habían encontrado y habían sido encontrados por su otro yo 100% perfecto. Es un milagro. Un milagro cósmico.

Mientras hablaban sentados, sin embargo, un pequeñito resquicio de duda anidó en lo más profundo de sus corazones. ¿Era realmente todo tan bueno, el hecho de que los sueños se hagan verdad tan fácilmente?

Y así, cuando hubo una pausa momentánea en su conversación, el chico dijo a la chica. “Probémonos, sólo una vez. Si nosotros realmente somos la pareja perfecta, entonces, sin ninguna duda, tenemos que volvernos a encontrar. Cuando eso ocurra nosotros sabremos que somos la pareja perfecta para el otro y nos casaremos allí mismo, ¿qué piensas?”.

“Si”, dijo ella, “eso es exactamente lo que deberíamos hacer”.


Así que ellos se separaron, ella al este y él al oeste. La prueba sobre lo que ellos habían acordado, sin embargo, era completamente innecesaria. Nunca deberían haber hecho esa prueba, porque eran verdaderamente y realmente los amantes perfectos el uno para el otro y era un milagro que se hubieran conocido. Pero era imposible para ellos saber esto, tan jóvenes como eran. Las frías e indiferentes olas del destino procedieron a separarlos sin compasión.

Un invierno, tanto el chico como la chica pasaron unas terribles fiebres y después debatirse durante semanas entre la vida y la muerte perdieron todos los recuerdos de sus tiempos jóvenes. Cuando despertaron sus cabezas estaban tan vacías como el cerdito de D. H. Lawrence. Sin embargo, eran brillantes, gente joven con decisión, y a través de incesantes esfuerzos incesantes fueron capaces de adquirir de nuevo el conocimiento y el sentimiento que les cualificaba para ser miembros de pleno derecho de la sociedad. Gracias al cielo, se hicieron verdaderamente ciudadanos ejemplares, que sabían como cambiar de una línea a otra en el metro, que eran perfectamente capaces de enviar una carta especial desde la oficina de correos. De hecho, incluso experimentaron de nuevo el amor, algunas veces hasta un 75% o incluso un 85%.

El tiempo pasó con sorprendente rapidez, y pronto el chico tuvo 32 y la chica 30.


Una bella mañana de abril, a la búsqueda de la primera taza de te para empezar el día, el chico iba andando de oeste a este, mientras la chica, intentando enviar una carta especial, estaba andando de este a oeste, ambos a lo largo de la misma calle estrecha en el barrio de Harajuku de Tokio. Se cruzaron en el centro de la calle. El más débil destello de sus recuerdos perdidos asomó brevemente a sus corazones. Cada uno sintió un rampazo en el pecho. Y ellos supieron:

Ella es la chica 100% perfecta para mí.
Él es el chico 100% perfecto para mí.

Pero el fulgor de sus recuerdos estaba demasiado lejos y débil, y sus pensamientos no tenían la claridad de los 14 años de antes. Sin decir palabra alguna, ellos se cruzaron, desapareciendo entre la multitud. Para siempre.

Una triste historia, ¿no crees?

Si, eso es. Eso es lo que yo debería haberle dicho a ella.


Haruki Murakami (traducción Propia)

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